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El loro falaz

~ Sabio no es aquel hombre que lo sabe todo y lo enseña, sino aquel que aprende y pone atención

El loro falaz

Archivos de autor: Marcos Lletget

GRACIAS POR TANTO

03 Miércoles Sep 2014

Posted by Marcos Lletget in Uncategorized

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Hoy, como todos los días, me he montado en el coche para ir al trabajo y he mirado fugazmente por el retrovisor antes de emprender la marcha.

Sin embargo, hoy, excepcionalmente, lo que dejaba atrás, percibido con deslumbrante nitidez y temerosa incertidumbre, no tenía nada que ver con la inánime acera que se aleja a través del cristal abandonada a su suerte en otro tiempo.

Ese caprichoso espejo retrovisor que tantos secretos guarda, hoy me ha recordado que hace ya un lustro que empezamos a recorrer juntos este camino.

Un camino cuya meta conocíamos. Un camino del que no sabíamos cuándo íbamos a terminar de recorrer, ni en qué condiciones llegaríamos.

En este camino no importa tanto lo que tardes en llegar a la meta como las condiciones en las que llegues y eso solo depende de lo que te hayas preparado para afrontar las adversidades durante la larga y muchas veces angosta travesía. Sé fuerte un día más.

Aunque algunos pueden pensar que esta interminable cuesta arriba la hemos recorrido juntos, no es cierto, justo, ni apropiado contar en primera persona del plural una historia en la que solamente hay un héroe, un protagonista absoluto que hace que el resto de personajes seamos meros figurantes de una heroicidad ajena, aunque muy muy cercana que hoy y siempre merece, como mínimo, todo el reconocimiento y el agradecimiento que uno sepa expresar con palabras. Gracias por tanto!!

Como ya os podréis imaginar algunos, nuestro héroe “anónimo” tiene nombre de mujer.

Back Camera

Suena el despertador, son las ocho de la mañana del miércoles 3 de septiembre de 2014. Día tranquilo para algunos. Día cualquiera para otros… pobres de espíritu…

Para nosotros falta un día para llegar a la meta. Por eso ahora solo queda ajustar los últimos flecos de un esfuerzo constante que ya hoy ha dado sus frutos, aunque a veces no lo crea así.

Hoy dice no recordar nada, es normal. Mañana todo brotará de nuevo aunque lo sienta olvidado. Lo que creía perdido en el abismo de un programa interminable de pronto surgirá para alumbrar su firme caminar hacia la meta.

A esta distancia del final es evidente que lo que nuestra heroína ha recorrido le ha proporcionado un bagaje indiscutible e impagable, solamente equiparable al esfuerzo que ha tenido que hacer para conseguirlo. Gracias y enhorabuena por tanto.

Por eso estoy tranquilo, por eso no tengo miedo a un supuesto fracaso que no sería tal, porque no existe el fracaso cuando uno ha hecho lo imposible para llegar al éxito. En el paso diligente a lo largo del camino reside el éxito y éste ya se ha recorrido con grandeza.

No han sido pocos los días en los que no estaba conmigo a la hora de cenar. Tiempo, tiempo y más tiempo dedicado a una ilusión, tiempo compartido con un camino del que, lo creáis o no, he llegado a sentir celos.

Lo más valioso de la vida es el tiempo, porque es lo único que no se recupera, que no se compra con dinero y del que no se conoce hasta dónde nos lleva. Por eso solo debe existir el ahora, el día a día.

La única realidad del tiempo es que todo llega y lo maravilloso que nos ofrece es la posibilidad de, echando la vista atrás, darnos cuenta de que hemos sido siempre felices durante todo este camino. En mi caso no ha sido tan difícil, gracias a ella.

Sin embargo, mentiría si dijera que no la he echado de menos, si dijera que no he necesitado verla más de lo que el valiente camino escogido nos ha permitido (siempre era cuestión de tiempo), pero no solamente no puedo echarle en cara nada de lo no vivido, sino que tengo que agradecerle que haya mostrado la entereza que a mí me ha faltado para saber renunciar a aquellas cosas que hoy no añoro porque me invade la inmensa tranquilidad de haber hecho lo que era mejor para ella, o lo que es lo mismo, lo que era y es mejor para mí.

A un día de la meta, no deja de sorprenderme la enorme y casi inhumana entereza con la que ha recorrido el camino, sin titubeos, sin vacilaciones, con la precisión de un reloj suizo, con la fuerza de un ciclista en el puerto de mayor pendiente que se haya conocido, pero sobre todo, con la madurez de enfrentarse con el final de un camino al que nunca se está lo suficientemente preparado para llegar sin temor, ese maldito final incierto del que solo espero que sepa hacer justicia a todo lo vivido, a lo sufrido y, qué demonios, a lo estudiado.

Y si la meta no hace justicia a la constancia demostrada durante el camino, al esfuerzo, a la soledad de un agosto de tez pálida alumbrada por el calor de un flexo amigo, no pasa nada, no tengo miedo, porque pase lo que pase nuestra heroína ha demostrado cómo se deben hacer las cosas, ha sido un profeta para todos los que nos levantamos cada mañana con un objetivo menos ambicioso y no tenemos fuerzas para seguir luchando por conseguirlo.

Por cosas como estas es por las que no me tiembla el pulso al escribir que nuestra heroína es la persona más fascinante, fuerte y maravillosa que, gracias eternas a Dios, he conocido en mi vida.

Por cosas como estas afronto cada mañana frente al espejo acusador, con incredulidad, sorpresa y agradecimiento, a quien sea menester, por la enorme dicha de poder estar a su lado un día más… y que así sea eternamente.

Por todo esto y mucho más hoy quiero públicamente darle las gracias por tanto esfuerzo, tanta constancia, tanta entrega, tanto sacrificio y, en resumidas cuentas, tanto amor superlativo e inmerecido que con su actitud y esfuerzo, me ha regalado cada día. Pero también quiero dejar absolutamente claro que estoy tan orgulloso de ella que lo que pase a partir de hoy me importa un comino.

Eso hace que no me preocupe lo más mínimo por el momento de llegar a la meta, porque la felicidad no la garantiza un puesto de trabajo, porque la felicidad no depende de lo que suceda en un solo día de tu vida aunque te estés preparando para ese día durante cinco años, por muy bueno o malo que pueda parecer en ese preciso instante lo que suceda al final. Nadie puede exigirte ni exigirse más de lo que tú has dado.

La felicidad no la garantiza nada ni nadie, pero me atrevo a decir que depende en gran medida de poder tener la satisfacción del deber cumplido y la tranquilidad de saber que pase lo que pase nos tenemos el uno al otro, que es lo único que nos debe ocupar y preocupar si queremos ser tan felices como hasta ahora lo hemos sido a pesar de las limitaciones y continuas piedras de este camino que por suerte ya toca a su fin.

Por eso, solo me queda darte, ahora sí, con nombres y apellidos, a ti, Marta Chavarría, las gracias por tanto y, simplemente, desear que pase lo que tenga que pasar para que tú seas feliz, que es lo único que me importa, aunque ello implique no conseguir aquello por lo que tanto has luchado.

Te pido disculpas por la vergüenza que con este escrito te haya podido hacer pasar, pero ésta es la mejor forma que tengo de expresar lo que pienso y lo que siento.

Que seas feliz.

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RÉQUIEM POR UN AMIGO FIEL

25 Miércoles Jun 2014

Posted by Marcos Lletget in Uncategorized

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Solo una manzana entre mi casa y el final,

no hay más de un minuto yendo a paso militar,

el último paseo que los valientes dan,

el triste abandono de una casa sin guardián.

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Ayer tuve que vivir un momento tan esperado como temido que hoy comparto con todos vosotros.

Hace cinco días que sabía que este momento llegaría. Miento, hace ya casi un año que lo intuía, pero hace solo cinco días que sabía que ese momento tenía que ser justo el 24 de junio, un día importante para mi familia en el que se conmemoran muchos momentos de felicidad.

Qué paradoja!!

Todo estaba planeado, no había vuelta atrás. Correa en mano temblorosa, llevé con paso renqueante a mi fiel amigo a su esperado futuro.

En esa milla verde, corta en distancia pero larga en el tiempo, ese angosto camino sin retorno, evitando parecer vulnerable, escondes las consecuencias de la decisión tomada que brotan incesantes de tus lagrimales inundando tus mejillas.

Dudas. Te auto convences. Él lo sabe, sabe dónde va y para qué, aunque tú no lo creas.

Pero tú sigues dudando hasta que tu inconsciente hace sonar el timbre de las oficinas del verdugo.

En ese momento tu fiel amigo te mira entre el perdón y el agradecimiento y continúa sus pasos, firmes antaño, hacia su destino.

Parece increíble, pero ya no queda nada de aquél temor que el amigo sentía tiempo atrás en las ya olvidadas visitas a su hoy verdugo.

¿Acaso soy un egoísta? ¿Un cobarde?

Tal vez… Pero en ese momento surgen las dudas, el miedo a lo inminente, a lo desconocido, al arrepentimiento tardío, al deseado perdón, al abandono, al olvido…

Fue un frio enero de hace ya quince, cuando un impúber entraba deseoso en aquel cuarto en el que se apilaban seis o siete recién nacidos, días antes abandonados a su suerte por un desalmado al que hoy agradezco que me haya permitido conocer y convivir con el pirata.

De todos aquellos indefensos huérfanos había uno que me llamó la atención. Era distinto a los demás. Tenía una mancha morena a modo de parche en el ojo izquierdo que ya hace tiempo cubrieron las canas de la experiencia.

Recuerdo que aquél día, como ayer, casi no sabía caminar, aquél día, como ayer, no subía las escaleras de su hogar por miedo a caerse al bajar, no levantaba la pata al orinar, no sabía y ya ha olvidado lo que era ladrar.

La vida es cíclica, todo lo tenemos que aprender y casi todo se olvida.

Ayer, como aquél día, nuestro amigo temía lo desconocido, pero sabía y confiaba en que lo que estaba por venir era mejor para todos. Y así ha sido, o eso quiero creer yo.

Hoy solo nos queda un sillón vacío que sirvió de cuna y lecho a nuestro amigo.

Pero también un recuerdo de aquél “peluche” al que le teníamos que poner un reloj al dormir para que creyese que escuchaba los latidos del corazón de su madre ausente, aquella mirada penetrante que hoy se hace eterna en una foto en blanco y negro en el salón, el eco de aquél ladrido atronador de los años de juventud que ya hacía tiempo no retumbaba entre las paredes del hogar hoy vacío.

Ya poco queda de aquél musculado amigo que solo sufrió rasguños mientras se fundía con el asfalto dando vueltas de campana tras aquél atropello que hoy es una anécdota vivida en los años de su adolescencia y de la mía. Yo estuve allí aquél día, como estuve ayer con él.

Hoy recuerdo aquellas carreras interminables por el parque, aquellos aspersores atrayentes sobre los que tenía que saltar hasta la extenuación (mía, se entiende), aquellos trozos de chocolate tragados sin masticar, la comunicación no verbal…

Ojalá fuera cierto eso de que todos los perros acaban pareciéndose a sus dueños, o mejor dicho, ojalá sucediese al revés… De ser así, yo sería inteligente, guapo, fuerte, dócil, fiel, leal, cariñoso, protector, perseverante, valiente y buen amigo. Qué más quisiera yo…!!

Ante esta gran ausencia que hoy siento, solo espero que estos años junto a mi amigo y compañero de vida, me hayan servido para ser mejor y para afrontar con valentía y serenidad el futuro.

Gracias Gandi por tanto amor y tanta compañía. Nos vemos pronto, y si no, no pasa nada, porque solamente muere quien es olvidado.

ODA A PABLO Y LETICIA

13 Viernes Jun 2014

Posted by Marcos Lletget in Sociedad, Uncategorized

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Hoy quiero aprovechar que España comienza su andadura en el campeonato del mundo para contar una historia que nada tiene que ver con el fútbol y algo, aunque sea a modo de complemento circunstancial de lugar, con España.

Es una historia de amor, de amistad, un proyecto de vida, de sueños, de ilusiones compartidas.

Es una historia feliz, un guión por escribir, un cuento que mañana añadirá uno de sus capítulos más importantes.

Mañana es el primer día del resto de la vida de dos grandes amigos, de dos buenas personas que no están juntas por casualidad, sino porque el destino les tiene guardada toda la felicidad que merecen, que creedme, es toda cuanta esta incierta y en ocasiones frágil vida pueda ofrecer.

Ropa, maquillaje, familia, amigos, llamadas, música, anillos, flores, nervios, prisas, detalles, sonrisas…

Es la hora, es el día!!

Por fin ha llegado este momento que tanto y tantos estábamos esperando.

Ya no hay nada más que hacer, o quizá sí, hay que hacer lo más importante, disfrutar del momento, de la compañía, del amor que uno siente mirándoos a los ojos, con tranquilidad, con la satisfacción de haber hecho todo lo necesario para que la celebración y todo lo que venga después sea un éxito.

El segundero pasa para todos igual, pero siempre parece transcurrir más despacio cuando estás esperando que llegue ese momento que durante tanto tiempo llevas soñado, ese momento en el que rompes con todo para poder volverlo a construir, ese futuro que llevas planeando por largo tiempo y que por ser de inmensa felicidad, lamentablemente pasará en un breve latido de inolvidable dicha a formar parte del pasado, de vuestra historia que ahora comienza con el nuevo día.

Un momento de calma, por favor. !Guarden silencio!

A escasos instantes de comenzar a escribir el siguiente capítulo de vuestra historia, conviene que echemos por un segundo la vista atrás y recordemos cómo hemos llegado hasta aquí.

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Han sido muchos meses de preparativos, de nervios, de buscar, de encontrar, de reír y de llorar.

En estos momentos de inmensa felicidad, no podemos olvidar que en la vida, tan pronto brilla el sol como de repente comienza a caer la lluvia con fuerza y, en ese parpadeo incesante es cuando de repente todo da un vuelco, pero la realidad demuestra que siempre vuelve a salir la luz del sol.

Hasta el mejor de tus sueños se evapora cuando la realidad te hace enfrentarte a un reto inesperado. No es una pesadilla, es la vida real, lo emocionante de los cuentos es no saber el final.

Los protagonistas de nuestra historia son dos valientes que en momentos  muy difíciles, que los ha habido y no hace mucho, han sido tan fuertes que merecen todo el respeto y la admiración de los que por suerte o por desgracia aun no hemos vivido lo que es levantarse una mañana y no saber qué va a ser de tu historia, de tu vida, de tus sueños.

En esos momentos difíciles fue cuando ambos nos enseñaron que merece la pena luchar por tu historia, merece la pena superar los miedos y merece la pena seguir adelante aunque parezca que no quedan fuerzas.

Los días pasan, las horas pesan. Vuelta a empezar. Vuelven los sueños que permiten continuar escribiendo la historia, vuelven las promesas, vuelven los deseos, vuelven las risas y aquí estamos otra vez, vencidos los miedos de aquél ya olvidado 20 de febrero, como el primer 28 de septiembre en el que nació una ilusión que hoy es real, que hoy es un hecho cierto, mañana nos juntamos todos para celebrar el reflejo del amor entre dos personas que proyectan ese amor en todas direcciones, que lo comparten con generosidad, que lo muestran sin temor, que sirven de espejo en el que reflejarnos los demás, que nos ayudan a ser mejores personas, que nos enseñan a luchar, a amar.

Este par de alocados comprometidos que mañana dejarán de serlo para pasar a otro estado (civil y de Facebook), son de esas personas de cuya compañía, sosiego, alegría, saber estar, sabias palabras y buenos consejos uno querría disfrutar toda la vida.

Es un orgullo para mí y una inmensa felicidad haber sido y continuar siendo testigo de este amor que mañana, si en algo ha de cambiar, es para mejor.

Dicho esto, solo me queda desearos que siga la fiesta y que Dios siempre enderece los renglones de los numerosos capítulos que os quedan por escribir juntos.

Madrid, a 13 de junio de 2013.

 

Marcos Lletget Pizarro

LA MALDITA SIMETRÍA DE LOS EJES ROTOS

11 Martes Mar 2014

Posted by Marcos Lletget in Sociedad, Uncategorized

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Decía Santo Tomás de Aquino que Dios escribe recto con renglones torcidos.

Veamos qué hay de cierto en todo esto…

Hoy es Martes, 11 de marzo de 2014. Me he levantado a la hora de siempre. He desayunado lo de siempre y he puesto el telediario de siempre para ver las noticias de siempre, o eso creía yo…

Una oscura imagen remueve un pasado muy presente. Un silencio atronador perturba las legañas del lagrimal. Un recuerdo muy vivo de un atroz despertar. Una mañana crepuscular. El sol se nubla, no quiero hablar. Todo es lo mismo, pero nada igual.

Prosas y versos se han escrito sobre el 11-M. Ríos de tinta y mares de lágrimas por las víctimas y los heridos. Pero, ¿qué hemos aprendido en estos diez años?

A estas alturas de la película, me importa un pimiento quién fue, por qué lo hizo y qué pretendía conseguir.

La vida pone a cada uno en su sitio y aquéllos que aun hoy no duerman bien por las noches lastrados por el insomnio de una mala conciencia deberán responder (espero) en su momento ante los ojos de quien todo lo ve.

Más allá de las teorías que tanto daño han hecho a nuestra gente. Más allá de las mentiras, verdades a medias e invenciones que han cubierto de estiércol la memoria de las víctimas. Más allá de todo cuanto podamos inventar, creer, apostar o desear, más allá de todo lo vivido y lo olvidado, más allá está la respuesta de un pueblo huérfano, la unión, la solidaridad, el amor desinteresado, el amor de verdad.

No sería justo hablar de los madrileños como ejemplo ante la mayor adversidad de nuestra historia reciente. Madrid está acostumbrado a unirse y a vencer, pero no estamos solos.

Hablemos pues de las personas.

Los terribles atentados del 11 de marzo de 2004 (todavía tiemblan mis dedos al escribir esa fecha) trajeron a nuestro país algo maravilloso que parece haberse olvidado.

Trajeron una enseñanza que a algunos no les interesa recordar. Una moraleja olvidada que como si de la última página de la bibliografía de un mal libro se tratara, nadie leyó.

Llevamos ya años hablando de política territorial, de independencias ansiadas, de identidades impuestas, de nacionalismos utópicos, de reproches mutuos, de presiones políticas y, como no, de falta de valores, económicos y morales, se entiende…

¿Qué mayor crisis puede haber que la que tiene como resultado la pérdida de la propia vida?

¿Qué mejor ocasión que los tiempos de crisis para dar a los demás lo mejor de nosotros mismos?

Hoy levanto la vista, veo las imágenes de la gente corriendo hacia los trenes y pienso, en voz alta, que el archiconocido espíritu del 15 – M fue una pantomima que empezó con buenas voluntades y acabó siendo un campamento improvisado de gente con perros desnutridos tocando la flauta al sol.

Por eso yo no apelaré jamás al espíritu del 15-M, sino al espíritu del que no se ha hablado, pero que es más fuerte que ningún otro que hayamos conocido, el del 11-M.

El espíritu del 11-M es aquél por el cual cantidades ingentes de catalanes y vascos acudieron en masa a donar sangre para salvar vidas de madrileños que consideraban sus hermanos.

¿Qué importa la política cuando lo que está en juego es la propia vida?

¿A quién le importa quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos, cómo nos llamamos, a quién votamos o por qué “luchamos” en nuestro día a día, cuando si cerramos los ojos no queda otra cosa que el silencio?

Todos nacemos y morimos solos. Todos necesitamos que alguien nos tienda la mano al nacer y al morir.

El espíritu del 11-M es aquél por el cual las personas no hacen diferencias, sencillamente porque no las hay. El pobre ayuda al rico, el culto al necio, el médico al enfermo, el psicólogo al desvalido y así hasta que no queda nadie necesitado de ayuda.

Todos fuimos uno. Todos remamos en la misma dirección. No importaba el soy, sino el somos. No importaba el quién, sino el por ti.

Hoy ya no importa el ayer ni el mañana, solo el ahora.

Y ahora, como hace diez años, la sociedad demanda a gritos que vuelva a despertar el espíritu del 11-M, para que todos nos demos cuenta de que son más las cosas que nos unen que las que nos separan y que juntos podemos superar cualquier adversidad.

¿Acaso somos idiotas?

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¿Necesitamos otro despertar de conciencias salvaje o sabemos leer entre líneas?

El 11 de marzo de 2004 no solamente se quebró la vida de miles de víctimas, heridos y familiares, también nació el espíritu de millones de ciudadanos anónimos que al menos por un día se tendieron la mano unos a otros sin importar las diferencias.

¿Qué fue de aquél maravilloso infierno?

¿Por qué nos limitamos a recordar lo sufrido y no recordamos lo vivido o lo aprendido?

En los peores momentos es en los que sale lo mejor de cada uno. ¿Significa eso que solo podamos sacar lo mejor de cada uno en los malos momentos?

Pues obviamente no, pero Dios escribe recto con reglones torcidos, no cabe duda, por lo que hay que aprender a leer entre líneas para comprender el sentido que queremos darle a nuestra propia existencia.

No seas necio ni cobarde, ¡¡aprende a leer!!

A once metros de la vida

18 Jueves Abr 2013

Posted by Marcos Lletget in Sociedad

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Once metros es la distancia que separa el punto de penalti de la línea de gol, pero también es la distancia que en ocasiones separa el todo de la nada, la tranquilidad del caos, la esperanza de la insoportable realidad y, a veces, la vida de la muerte.

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Vivir o morir, una abismal diferencia que en ocasiones es solo cuestión de metros, de segundos.

Esa maldita variable espacio-temporal que nos absuelve o condena de la mano del azar en un parpadeo.

Quizá todavía alguien piense que somos dueños de nuestro destino.

Esta reflexión, desde luego, podría dar comienzo a una extensa tesis doctoral, pero hasta la fecha ni tengo tiempo para ser doctor ni derecho a ser tratado con tales honores. Por ello no me detendré en exceso sobre este asunto del destino. Solamente pondré de manifiesto mi sentir respecto a que a veces la vida se encarga de mandarnos señales inequívocas conducentes a que tomemos conciencia de que, de la noche a la mañana, con independencia de nuestra pendular voluntad, todo puede cambiar en un segundo sin que podamos hacer nada por evitarlo y a partir de entonces nada vuelve a ser igual. Hoy es uno de esos días en los que para mucha gente nada volverá a ser igual y para algunos ni siquiera algo volverá a ser.

Todos los días la gente muere. Columnas, videos y fotografías inundan nuestros medios de comunicación con gente inocente que sufre cada día sin justa causa. Sin embargo, lo que los periódicos no aciertan a ver es que hay gente que muere por el solo hecho de estar en el momento y lugar equivocado.

¿Destino? ¿Casualidad? ¿Suerte? ¡Qué más da…! el resultado y las posibles soluciones son las mismas. Nada.

Lo que todas estas personas tienen en común es que ninguna de ellas habría querido estar allí si hubieran sabido lo que les esperaba, lo que prueba el hecho de que no tenemos libertad ni somos dueños de elegir nuestro propio destino, pero supongo que eso, a estas alturas, ya lo sabe todo el mundo.

Cuando sucede un acontecimiento como el que se ha vivido en Boston este pasado lunes, lo primero que se pregunta la gente es quién ha sido. Mientras tanto, en un acto antinatural e inhumano, los padres entierran a sus hijos, los médicos de paz amputan miembros de infinidad de precozmente retirados deportistas y los cuerpos de seguridad se preocupan por encontrar al responsable de tal atrocidad.

Me parece bien que cuando alguna barbarie así sucede, cada cuál cumpla su función: los médicos curen, los policías investiguen y los familiares lloren, pero siempre me pregunto ¿qué hace el resto de la sociedad? Algunos lloramos también, pero otros ni eso…

¿Por qué no dejamos de llorar y nos ponemos a pensar? Pensar en el porqué de las cosas.

A la vista de estos sangrantes acontecimientos, a mí lo que más me preocupa no es el quién, sino el porqué. Por qué motivo alguien puede encontrar justificación posible para matar indiscriminadamente a personas inocentes. Por qué motivo puede haber gente con tal fanatismo político o religioso como para despreciar la vida de sus semejantes o incluso enaltecer su muerte.

Lamentablemente no encuentro respuesta, lo cual me asusta aun más.

Si tuviéramos respuestas convincentes sobre el motivo que puede llevar a un desalmado a cometer tales actos de lesa humanidad (en su concepción ética, que no jurídica), al menos tendríamos alguna posibilidad de solucionar el problema, pero lamentablemente no existen respuestas posibles a esas preguntas, por cuanto respuestas podemos recibir, pero no creo que nos convencieran.

Quizá estemos todos locos. Quizá haya demasiada gente en el mundo como para que exista un clima de convivencia pacífica dentro de la evidente diversidad. Quizá haya otros intereses en juego que van más allá de la propia vida de tres pobres víctimas cuyo único error fue estar a menos de once metros de la causa de su muerte.

Evidentemente, matar a personas inocentes en defensa de unos ideales o en nombre de un supuesto Dios, que en el caso de existir, por cierto, reprobaría tal actitud, no es una novedad histórica, sino una constante. Sin embargo, me niego a pensar que este tipo de comportamientos inhumanos que, no olvidemos, los propios americanos también practican cada día con sus teóricos enemigos en defensa, paradojas de la vida, de la paz y de la seguridad, deben formar parte de nuestro día a día con la sola justificación de que aquí, el que más y el que menos, tiene razones para matar a sus semejantes sin ni siquiera conocerles.

Da igual, no importan tampoco las causas. No importan las razones, porque no pueden existir razones suficientemente fuertes.

Lo importante no es conocer las razones, sino sacar conclusiones.

En mi opinión, la primera sería que nada, repito, nada justifica la muerte de un niño, se llame Martin, Mohamed o Sukhwinder, muera en Boston por un atentado terrorista, en Pakistán en una operación “de paz” del ejército americano o en la India de desnutrición.

Si alguien se atreve a argumentarme fundadamente que una vida vale más que otra dependiendo del origen de la víctima, dejando de lado los términos económicos que poco importan en este asunto, estaré encantado de escucharle. Si no, mejor que empiece a entender que el hecho de que los periódicos den más importancia a la muerte de un niño en Estados Unidos que a la de veinte en Somalia no es porque la vida de estos últimos valga menos, sino exclusivamente porque la de aquéllos se parece más a la nuestra, por eso sentimos más empatía con los que sufren en nuestro hemisferio del globo y por eso yo escribo estas líneas en su memoria, no desde luego porque piense que ellos valen más o merecen más respeto o atención por mi parte.

La segunda cuestión importante que debemos extraer de todo esto es que, por unas razones o por otras, no somos dueños de nuestro destino y, no sabemos qué nos deparará el futuro, cuestiones que también invito a que quien se vea con argumentos suficientes me rebata.

Por ello, teniendo en cuenta que no sabemos lo que nos deparará el día de mañana, os invito y casi obligo (ya me lo agradeceréis) a que aprovechéis el día de hoy.

¿Cómo?

Haciendo aquellas cosas que de no hacer hoy, siempre os arrepentiríais de no haber hecho si mañana estuvierais a menos de once metros de vuestro destino.

Yo desde luego tengo claro lo que voy a hacer hoy, ¿y tú?

 

 

Renacer

06 Miércoles Mar 2013

Posted by Marcos Lletget in Sociedad

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A veces la propia vida demanda un cambio, para lo cual primero necesitamos una jornada de reflexión que permita razonar el camino a tomar en adelante.

Tras varios meses de letargo, muchos pensarán que beneficioso y pocos que suficiente, creo haber entendido el sentido que quiero darle a este espacio de reflexión que comparto con quien quiera perder su tiempo en esta hasta ahora esperpéntica ventana que a partir de hoy luce con nuevos visillos de mayor transparencia.

A la vista de este apasionante renacer, me he propuesto dar, por fin, el sentido que pretendía darle inicialmente al blog, sentido que no os voy a explicar, porque sería una opinión meramente subjetiva que dista mucho de mi pretensión de que el sentido no sea más que el que cada uno quiera darle, no ya al blog, sino a su propia existencia.

En mi caso, por deformación profesional, me considero un, desgraciadamente a veces monocular, observador de la sociedad y sus costumbres. Y lo cierto es que no me gusta lo que veo.

No me gusta que en la sociedad de la que me ha tocado formar parte, los miembros  no tengan la valentía para decir, unánimemente, que ya está bien, que ya están hartos, que ya no pueden más. No me gusta, porque no me creo que no tengan la capacidad para organizarse y obtener mayor poder.

Los obsoletos gobernantes, sean del lado que sean, pueden estar tranquilos mientras se cumpla la máxima falsamente atribuida a Julio César “Divide et Vinces”, porque en esta sociedad, salvo excepciones, lo cierto es que nadie mueve un dedo por nadie (con esto no pretendo alentar las opiniones de quienes ayer ayudaron a cruzar a un viejecito a la otra acera o se pusieron una pegatina reivindicativa sobre sus “Haute Couture”, sino que, más bien, estoy hablando de una conciencia social, no confundir con socialista, por favor.)

¿Por qué se suicida el desahuciado en la sociedad de la que formo parte? No solo porque le quitan su casa unos bancos (que siendo co – responsables de esta crisis, paradojas de la vida, siempre han tenido a papá Estado para echarles una mano a tiempo), sino sobre todo porque se sienten incomprendidos por una sociedad cuyos miembros solo son capaces de reflejarse en la piel de quien sufre cuando es a ellos a los que les toca sufrir en sus propias “carnes” (permítaseme la clarificadora vulgaridad).

En una sociedad en la que cualquiera tiene acceso a apropiarse de lo ajeno, el problema no es económico, el paro y los desahucios son solo la consecuencia del origen de la decadencia de esta sociedad, que no puede ser otro, que la crisis de valores de sus miembros, que la falta de conciencia común de sociedad y la falta de conciencia unitaria de miembro de aquélla, que en su condición de tal debe actuar en beneficio de todos.

Puedo aceptar que se eche la culpa a los gobernantes de turno (elegidos, por cierto, por los miembros de esta sociedad) por ser quienes en última instancia toman las decisiones que nos afectan a todos, pero debemos entender que los gobernantes, en regímenes democráticos, por la propia naturaleza del sistema, no son más que el reflejo de la sociedad que les vota en cada momento. Pésimos gobernantes nunca serán elegidos por una sólida sociedad, del mismo modo que nunca llegarán ilustrados gobernantes al poder en una sociedad carente de valores, es un hecho irrefutable para cualquiera que disponga de cierta memoria histórica (no confundir con la del ex Magistrado Garzón, que muy bien no honra a los muertos si se arrejunta, supuestamente, con una “ilustre”, que no ilustrada, viuda de alguien que sí lo fue; pero esa es harina de otro costal y no me quiero manchar, hoy, las manos en ella).

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¿Que los políticos nos mienten? Es un hecho, sobre todo si tenemos en cuenta que es económica y socialmente imposible cumplir todo lo que prometen, pero como esto no todo el mundo tiene porqué saberlo, al menos deberíamos estar en condiciones de evitar que nos mintieran dos veces, para lo cual hace falta una conciencia que no tenemos, de momento.

Para no dejar que nos mientan y que hagan con nosotros lo que quieren, lo primero que tenemos que tener es conciencia de grupo, lo cual es altamente improbable en una sociedad en la que cualquier lego tiene acceso a lo ajeno y, teniendo ese acceso, carece de valores que le permitan luchar contra esa poderosa “Vis Attractiva” que lleva a todo hijo de vecino (y propio, aunque cueste más reconocerlo) a quedarse con cuanto no le pertenece, sin importar a quién se lo está arrebatando y cuánto daño puede reportarle al perjudicado esa circunstancia.

“Yo soy yo y mis circunstancias”, que decía Ortega y Gasset, y ese pensamiento está muy bien y es absolutamente cierto, el problema reside en saber determinar cuáles son las circunstancias de cada uno. Para muchos, entre los que vergonzosamente tengo la desdicha de encontrarme, que al vecino de enfrente le desahucien no les va a suponer problema alguno. Mientras yo tenga trabajo, gente que me quiera alrededor y un techo bajo el que recostar este cuerpo inánime, todo va bien, no hay problema, esta no es mi guerra, yo bastantes problemas tengo con aguantar que el eterno rival vaya a ganar otra vez la Liga este año.

Empatizar no es más que darse cuenta de que mañana podrías ser tú el que necesite del vecino de enfrente, razón por la cual hoy debes ayudarle tú a él (es una cuestión de inteligencia preventiva). Esto no solo pasa con el drama (para algunos) de los desahucios, sino que sucede en todos los órdenes de la vida. Cuántas veces vemos las listas infinitas de fallecidos en nuestras carreteras y pensamos, hay que ver lo mal que conduce la gente, a mí eso no me puede pasar. No hay mayor síntoma de embriaguez antisocial que pensar que estamos exentos de sufrir algo en nuestras carnes por el hecho de que nos creemos poco menos que herederos legítimos del mismísimo Dios. Nada más lejos de la realidad, amigos. Hijos puede, pero herederos, no sé muy bien de qué y con qué derecho.

Hablando de herencias, hoy mismo he leído en la prensa que ha venido al mundo un nieto de Amancio Ortega, gran patriota, gran luchador y miembro ilustre de esta sociedad.  Se antoja complicado que el neonato vaya a sufrir a lo largo de su vida desahucio alguno, pero eso no le da derecho a estar al margen de los problemas y sufrimientos de la sociedad de la que forma parte. No todos los capaces de empatizar con el que sufre tienen que ser pobres (en lo material, ya que posiblemente sean ricos de espíritu), por cuanto eso no tiene mérito alguno, ya que lo fácil es estar con el que sufre cuando tú también lo sufres, sin embargo, lo verdaderamente meritorio es empatizar con el que sufre cuando tú estás en el mejor momento de tu vida, porque ahí es donde se demuestran los verdaderos valores de una sociedad.

Esta sociedad demanda a gritos un cambio, cambio que tiene que empezar irremediablemente por nosotros mismos. Cambio que pasa por pensar como sociedad y no como egoístas individuos con cada vez más reducidas circunstancias.

Dicho esto, solo me queda alentar a que el cambio se produzca cuanto antes y pedir perdón por haber participado activamente en la desintegración de esta malherida sociedad.

Cataluña: ¿Un nuevo Estado de Europa?

13 Jueves Sep 2012

Posted by Marcos Lletget in Política

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Coincidiendo con la exhalación del último aliento del día de la “orgía” nacionalista en los territorios históricos de nuestra (para algunos todavía) “amada” España, voy a tocar un tema que no poca polémica genera en nuestro país (para que no haya dudas, las referencias a país se deben entender hacia el Reino de España, ya que para referirnos a Cataluña, siguiendo los dictados de nuestra Norma Suprema y hasta que ésta no se modifique debidamente por intereses políticos o económicos que nada tendrán que ver con la defensa de la cultura y de las raíces de quienes demandan ansiosamente el cambio, utilizaremos el término Comunidad Autónoma o, en su defecto, territorio histórico, por imperativo legal).

España puede parecer muchas cosas, una realidad plurinacional, un ente opresor que no permite a los pueblos ejercer su derecho de autodeterminación, quizá el enemigo. Pero lo que es seguro es que esa distorsión de la realidad que se ha enseñado deliberadamente en los Colegios y Universidades de Cataluña es el motivo por el que durante tantos años estos territorios han estado disfrazando su desastrosa gestión con el apoyo de papá Estado (muchos dirán que “y viceversa”), cumpliendo la máxima inspirada en el Arte de la Guerra por la cual “si no puedes con tu enemigo, únete a él”.

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Este matrimonio de conveniencia que es la realidad autonómica, que tiene por causa de nulidad radical la ansiada libertad de sus territorios históricos, está abocado al fracaso, como todos los matrimonios en los que al amor –por parte de alguno de los cónyuges-, ni se le ha visto, ni se le espera.

En un día como hoy, en el que los periódicos vienen inundados de banderas autonómicas (cuando no anticonstitucionales), deberíamos pensar no tanto en las incuestionables ganas, de millones de propios y extraños, de que el divorcio se produzca lo antes posible [paradojas de la vida, en Cataluña el régimen económico matrimonial que se (im)pone por defecto es el de separación de bienes, cuestión ésta que no dejan de repetir aquellos que pretenden que se les devuelva lo que no sé conforme a qué derecho hacen suyo (para saber de lo que hablo es suficiente con darse un paseo por la Calle del Expolio, antigua Calle Gibraltar, de Salamanca], sino que deberían analizarse, aunque fuera sucintamente, las consecuencias del divorcio que pretenden.

Cataluña a día de hoy es una Comunidad Autónoma de gran desarrollo industrial y con una riqueza cultural fuera de toda duda que forma parte y engrandece al país en el que lamentablemente (para algunos) se encuentra.

Sin embargo, Cataluña, en el momento de independizarse, se convertirá (ojo, esto no es una opinión, es un hecho jurídica y políticamente incontestable) en un territorio, que no un Estado, ni Nación, ni País, de pocos millones de personas con una lengua que no habla nadie más en todo el mundo, cuya existencia dependerá del reconocimiento internacional (¿recordáis a Kosovo o al Sahara occidental?, pues cuando las barbas de tu vecino veas pelar…).

Una vez obtenga el reconocimiento de la comunidad internacional y pueda ser llamado Estado independiente, para lo cual pueden pasar años, tendrá que solicitar la entrada en la UE, no sin antes aceptar el acervo comunitario y cumplir con los criterios de adhesión de Copenhague, debiendo ponerse a la cola y esperar a que la UE se pronuncie sobre el destino de, entre otros Estados, Turquía, o los Balcanes occidentales (Macedonia, Bosnia – Herzegovina, Albania, Serbia y Montenegro), que llevan años siendo “candidatos”; para finalmente esperar a que por unanimidad, los Estados miembros (27 a día de hoy) se pronuncien en sentido positivo sobre la entrada del nuevo candidato. La unanimidad, para los legos, significa que un solo voto en contra (que bien puede ser el de España, si las cosas no se hacen como se debiera), te hunde en el mediterráneo.

Por lo tanto, la primera consecuencia de la independencia de Cataluña sería su expulsión inmediata de la Unión Europea, ya que no hay ninguna base legal para que la Unión reconozca automáticamente el nacimiento de un Estado miembro fruto de una secesión (insisto, no es una opinión, es un hecho).

Otro de los efectos inmediatos e inexorables de la salida de Cataluña de la Unión Europea sería la pérdida de las ayudas comunitarias actuales (no contamos aquí los casi nueve mil millones de euros recibidos por Cataluña de la UE, gracias a que formaban parte de España, entre los años 1986 y 2006, procedentes de fondos estructurales y de cohesión).

La salida de la Unión Europea también supondría la salida del euro. Inexorablemente Cataluña se vería obligada a acuñar una moneda propia, ya que le sería imposible fabricar euros ni, por supuesto, volver a la peseta, por cuanto un estado no puede poner en curso legal una moneda de otro Estado. Y aquí es donde se acrecentarían los problemas, pues esa moneda de nueva creación en la que bien podría salir la cara de Lionel Messi, no tendría ningún valor en los mercados de divisas y experimentaría una progresiva devaluación hasta valer lo mismo que cualquier piedra que nos encontremos en el camino de subida a Montjuic.

Indudablemente, los mayores perjudicados serían los empresarios catalanes cuyo principal mercado para distribuir y vender sus productos es precisamente España. En lo que respecta a la libre circulación de mercancías, uno de los principales puertos del mediterráneo, como es el de Barcelona, sufriría unos controles y restricciones que lo harían menos apropiado para el transporte internacional de mercancías que el muy cercano y comunitario puerto de Valencia. Estos y otros dislates producirían la fuga de cerebros, de capitales y de empresas que llevaría al amado y próspero territorio histórico a una recesión que le igualaría con países dejados de la mano de Dios. Las exportaciones se encarecerían debido al pago de aranceles y un más que probable boicot a los productos catalanes acabaría de hundir a Cataluña en la quiebra económica (amén de la soledad política antedicha de la que “disfrutaría” desde el minuto uno de su declaración de independencia). Las innumerables pérdidas sumirían al nuevo Estado catalán en la crisis más absoluta. Las multinacionales trasladarían sus plantas de producción a otros países con mercados más amplios, emergentes o permisivos y se destruirían puestos de trabajo de forma exponencial.

En definitiva, las consecuencias de la independencia son, a corto plazo, la pérdida de la condición de miembro de la UE, con la consiguiente pérdida de las libertades comunitarias de que ahora disfrutan las personas físicas y jurídicas catalanas (que en el preciso instante de ser “independientes”, no podrán circular libremente por los Estados miembros, siendo tratados a todos los efectos como ciudadanos de un tercer Estado y eso, cuando hayan sido reconocidos como Estado, ya que antes, muy posiblemente, los catalanes serán considerados apátridas, con el consiguiente problema que esta condición presenta incluso para cruzar a Perpiñán).

Amigos, es evidente que muchos de los que a estas horas enaltecen la independencia en una suerte de impúber sentimiento nacionalista -aun siendo sinceros amantes de una tierra cuyo sentimiento compartimos-,  desconocen las consecuencias de las demandas que con tanta vehemencia como inconsciencia defienden. Sin embargo, me cuesta creer que quienes deban tomar la decisión final, aun a riesgo de no estar legitimados para ello, desconozcan las consecuencias de tal decisión. Pero lo que es evidente es que tener a una multitud exaltada defendiendo un ideal que “comparte” con algunos de sus gobernantes es lo más conveniente para aquellos cuyo éxito profesional depende, no de los ideales que compartan con sus votantes, sino de los que en defensa de dichos votos sean capaces de proyectar. Qué razón tenía Groucho Marx, cuando, supongo que pensando en la clase política decía aquello de: “estos son mis principios, si no te gustan, tengo otros…”

Os adelanto que jamás, oídme bien, jamás se va a independizar Cataluña de España, salvo que cambien las reglas del juego nacional e internacional, momento en el que poco o nada importarán ya los votos a aquellos oportunistas que hoy posan con la senyera conocedores de que lo que pretenden defender es una quimera que en la práctica se antoja imposible, al menos de momento. Y de paso consiguen que no se hable durante una temporada de su despilfarro, mala gestión y verdadero “jolgorio” a cuenta del Estado español. Claro que, en esto último, no serían los únicos….

Por lo pronto, recomendaría a los que ansían tanto la independencia catalana que, para no sufrir tanto las consecuencias de tal aberración, vayan cambiando ese principio tan catalán, como es el que dice que “la pela es la pela” porque ya no sería posible sacar de donde no hay…

Mientras tanto seguiremos brindando con cava catalán todos los españoles al grito de “salut i força al canut i que l’any que ve sigui més gros i més pelut”.

Sobre el aborto y otros dislates

30 Lunes Jul 2012

Posted by Marcos Lletget in Uncategorized

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La inminente aprobación de la reforma de la Ley del aborto impulsada, paradójicamente, por el Ministro que se creía más “progresista” de los que forman el gobierno, ha creado un debate social que hace opinar a propios y extraños, a legos y eruditos.

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Necios y sabios han compartido opiniones, vivencias y descalificaciones recíprocas a lo largo de los últimos días. Estas opiniones habrán permitido a algunos conocer los entresijos de la materia y a otros, conocer los estigmas y carencias de los interlocutores.

Como tengo opinión propia sobre el aborto, me voy a centrar, si me lo permitís, en opinar sobre los argumentos de los interlocutores, lo que, a buen seguro os dará luz sobre mi propia opinión en la materia.

El motivo que impide hablar del aborto con cierta perspectiva es el trasfondo político que, erróneamente, sigue habiendo detrás de las opiniones que se vierten al respecto. De este modo, parece que ser pro abortista es muy “progre” y ser pro vida es de “fachas”.

Nada más lejos de la realidad, amigos. Simplemente es una cuestión de valores, de prioridades, de responsabilidad. No voy a dar nombres, pero conozco gente que jamás votaría a la derecha y que jamás decidiría prescindir de su hijo si le dijeran que va a nacer con síndrome de Down. Lo que es más difícil de encontrar es gente de derechas que diga que sí lo haría (lo cual no significa que luego no lo haga, ojo). No hace falta retrotraerse mucho en el tiempo para revivir las excursiones casi semanales de tantas jovencitas y menos jovencitas de “ilustres familias” de la época al Reino Unido para esconder o eliminar –en su concepto pretendidamente aristocrático de la vida- la deshonra de un hijo nacido al margen de los cauces formales establecidos por la sociedad. Alguien preconiza que, con las nuevas reformas, volveremos a aquella situación. Bendita dificultad si, con ello, salvamos la vida de una mayoría de no nacidos.

Dicho trasfondo político solo lo deja atrás el que puede hablar desde su propia experiencia, ya que al final, no se trata de ser de izquierdas o de derechas, sino de darse cuenta de que la vida es cuestión de prioridades.

He leído opiniones de grandes “eminencias” en el mundo de la sanidad que abogan por la permisividad del mal llamado aborto terapéutico (aborto inducido justificado por razones médicas).  Y me he preguntado: ¿Terapéutico para quién? ¿Para los padres que, víctimas de su propio egoísmo, optan por acabar con el “sufrimiento” propio, justificándolo en el de su hijo, aun a riesgo de cargar con ese pesar el resto de sus vidas? No sé que adjetivo califica mejor este comportamiento, inteligente o valiente…

También he leído opiniones de padres de niños enfermos que optaron por seguir adelante y el tiempo les ha permitido hacer felices a sus hijos durante los dos, diez o veinte años que han vivido, lo que les ha proporcionado una felicidad y una paz interior que ni tiene el médico que practica los abortos con la tranquilidad moral de quien opera de apendicitis, ni mucho menos los progenitores, que no padres, que banalizan nada menos que la vida humana.

Apartemos ya ese discurso del trauma sin precedentes sufrido por quien opta a eliminar la vida de su hijo. No es así siempre ni en todos los casos. Hemos oído declaraciones que comparan una interrupción del embarazo con una intervención quirúrgica más. Nuestra sociedad, reconozcámoslo, ha creado ya este tipo de monstruos capaces de mantenerse imperturbables ante pecados (no ya religiosos, que también, sino éticos) de tal magnitud.

Alguno de los interlocutores más reconocidos pone el grito en el cielo preguntándose quiénes somos para prolongar el sufrimiento de otra persona pudiendo matarla. Sin embargo no se preguntan quiénes somos para quitarle la vida sin preguntarle si prefiere luchar por ella.

¿Acaso es moralmente lícito quitar la vida a alguien para evitarle un supuesto sufrimiento futuro sin conocer antes su opinión sobre su propia existencia? Yo, si queréis saber mi opinión, lo encuentro reprobable, por no decir genocida. Este razonamiento Hitleriano justificaría que matásemos a todos los niños que pasasen hambre en el mundo, total, dentro de poco morirán de hambre, por lo que cuanto menos les prolonguemos la agonía, mejor.

Tras la lectura de diversas opiniones encontradas, me pregunto cuántos padres de niños enfermos que optaron por seguir adelante, en lo que a priori podría parecer un perjuicio a su propio bienestar, se han arrepentido de ello. No creo que haya ninguno. O acaso alguien conoce a un padre que se haya arrepentido de haber visto nacer a sus hijos…

Seguidamente, me pregunto cuántos padres frustrados se han arrepentido de haber optado por vivir una vida que creían sería más fácil sin el amor de sus hijos enfermos. Como no quiero generalizar, apostaré que más de uno.

Yo le preguntaría a todas esas mentes privilegiadas en cuyas manos y cerebro está la salud de nuestros hijos ¿Qué diferencia hay entre matar a un nasciturus enfermo y a un adulto enfermo, deprimido o que sufre? Yo considero que la única diferencia es que en el segundo caso al menos podemos preguntarle antes si quiere que le matemos.

He llegado a leer, incluso, y no de cualquier analfabeto (aunque bien podría pasar por uno de ellos) sino de una de las mayores autoridades de neurocirugía de nuestro país, decir que esta reforma de la Ley del aborto va a suponer un incremento de la tasa de enfermos nacidos en nuestro país que nos va a relegar a la cola del primer mundo en la materia y que su tratamiento paliativo va a suponer unos elevados costes que no nos podemos permitir, razón por la que deberíamos evitar llevarla a cabo, es decir, deberíamos procurar matarles cuanto antes. Por el amor de Dios, se me revuelve el estómago solo de pensar en los argumentos de quien presume haber visto el sufrimiento de miles de niños enfermos y tener su opinión formada en base a ello.

Vamos a ver, ídolo caído, ¿acaso a alguno de los niños a los que has “tratado” les has preguntado si hubieran preferido no haber nacido? Suerte que ya estés jubilado porque si no igual el empeoramiento de las tasas de nacidos sanos te iba a procurar un sufrimiento de tal magnitud que seguramente se te haría la vida tan insoportable como en tu opinión se le hace a quienes acogen cuidan y acompañan a sus hijos con problemas. ¿O acaso, por el contrario, conservas todavía la vocación y el compromiso por aliviar y contribuir a mejorar la calidad de vida de todos? Uno piensa que en eso consiste ser médico y no en eliminar el problema sin combatirlo.

Si nuestros médicos solo se preocupan por las estadísticas y nos invitan al aborto a la menor anomalía que se nos presente, estamos en una sociedad en la que solo importan las banalidades, los números, el dinero y la fama. Me niego a pensar que haya gente que piense como este “señor”. Me niego a compartir sociedad con gente de tal catadura moral porque me dan miedo. Una sociedad que no valora más que el éxito, el prestigio, la buena imagen, el atractivo físico, el poder y el dinero es  la mejor representación de esa cultura del escaparate, de lo epidérmico, del “tanto tienes tanto vales”. Antes se llamaba cultura light lo que ahora yo llamaría cultura vacía, o peor aún, cultura “llena de vacío”.

¿Tú de qué lado estás? Eres de los que renunciarían a su propia vida por aportar felicidad a la de sus hijos? ¿O de los que se la quitarían prematuramente en defensa de su propia “felicidad”?

Desde luego, de lo que no hay duda es que en el pecado llevamos la penitencia. Que Dios nos perdone.

IT’S NOW OR NEVER…

09 Lunes Jul 2012

Posted by Marcos Lletget in Filosofía

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¿Alguna vez os habéis preguntado la razón por la que se dice que la época más feliz de la vida es la niñez?

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Muchos piensan que la causa reside en la inexistencia de obligaciones, de preocupaciones, de cargas y, en definitiva, en la total ausencia de responsabilidades, que nos permite disfrutar en todo momento del placer de hacer lo que más apetece, lo cual no es del todo cierto.

El recién nacido no tiene otra obligación que luchar por su propia supervivencia, que no es poca tarea, si bien no es consciente de lo que supone vivir, por lo que su “ocupación”, que no preocupación, es comer y dormir. Paradójicamente ésta es la misma ocupación que tenía el ser humano en épocas, para algunos, ya olvidadas de la evolución, épocas en las que, curiosamente, si bien existían más ocupaciones, sin embargo eran más libres de preocupaciones.

Para no caer en la quimera que para un servidor (cuya capacidad y conocimiento empírico queda lejísimos del de los grandes pensadores), supondría pretender probar la existencia de una inigualable felicidad fetal o neonatal, me vais a permitir que deje transcurrir unos pocos años en nuestras vidas para demostrar la teoría que me ronda el pensamiento.

Muy posiblemente muchos de nosotros, cuando no todos, tengamos recuerdos de nuestro primer día de clase mientras, a la edad de seis años, subíamos temblorosos las “enormes” escaleras que nos conducían al aula de 1º-A. Las ojeras cubrían nuestro impúber rostro dejando entrever nuestras trascendentes preocupaciones.

En mi caso la culpa del insomnio la tuvo el intentar infructuosamente averiguar quién sería mi tutor/a, cuáles de mis amigos de preescolar se habrían ido a otro colegio y, ante todo y sobre todo, quiénes y cómo serían los nuevos pupilos…

Todas estas cuestiones tendrían pronta respuesta segundos después de abordar enérgicos el último escalón de la grandiosa escalinata de la Basílica de San Francisco de Borja.

Cierto es que cada cual tendría en ese momento sus propias preocupaciones (no creo que muy distintas a las mías), pero desde luego, lo que, sin ningún atisbo de duda, me atrevería a apostar es que nadie pensaba o a nadie le preocupaba lo que iba a pasar el segundo día de clase. No digo ya que nadie pensara si en los próximos treinta años sería licenciado, casado, futbolista o, de “profesión” rico. De todo eso ya habría tiempo para preocuparse más adelante con la llegada de la madurez de la persona y consiguiente inmadurez del ser. ¡¡Craso error!!

En la niñez ya somos acreedores de obligaciones, aceptaré que nada tienen que ver con las de nuestros padres, aunque muy posiblemente la única diferencia que exista respecto a las obligaciones de nuestros padres sea la manera de afrontarlas, dependiendo exclusivamente de la época de nuestra vida en la que tengamos que lidiar con ellas.

Esta primera imberbe época de lucidez mental y de consecuente felicidad entra en coma a los 12 ó 13 años, cuando súbitamente, dejándonos seducir por el mal común de pensar en el futuro, empezamos a caer en la cuenta de que nuestra existencia es poco menos que repugnante y sucumbimos a la idea de cuán felices seremos cuando tengamos el bachillerato aprobado y en la universidad no hagamos otra cosa que jugar al mus, beber cerveza y, lo más importante, conocer a cuantas más chicas mejor.

Tras un parpadeo te plantas en los veinte y te das cuenta de que, contrariamente a lo que vislumbrabas con deseo a los 13 años, las preocupaciones ahora son otras. En tu universidad (Pontificia), las timbas de mus están más que prohibidas, el alcohol es como las meigas, y las chicas, qué decir de ellas. Había cientos, miles, pero tú estabas enamorado de una que no te hacía caso, por lo que las otras 999 te importaban un pimiento. Tus preocupaciones eran otras. Emparejarte, licenciarte, encontrar trabajo (esta preocupación la ha traído la crisis, antes no existía como tal) casarte y formar una familia. Y todas esas preocupaciones las tenías en mente porque pensabas que cuando los consiguieras serías mucho más feliz (igual que a los trece, pero sin embargo sigues sin darte cuenta de que a los veinte no se cumplieron tus expectativas, ¡¡idiota!! ¿Qué te hace pensar que esta vez será diferente?

Cuando llegas a los cuarenta y ya has formado tu tantas veces deseada “familia feliz”, surgen nuevas preocupaciones que te hacen estar continuamente pensando en que el futuro siempre traerá mayor dicha a tu vida, cuando, amigos, seamos conscientes, a partir de los cuarenta, al menos físicamente, cualquier tiempo pasado fue mejor. En las preocupaciones que surgen a los 40 no voy a meterme porque mi edad me impide haberlas vivido y mi convicción moral me permite evitar pensar en ellas.

Sigue el curso del río y de repente te encuentras a las puertas de la desembocadura, con un puñado de arrugas que hablan de tu vida y te preguntas mirándote al espejo si has vivido, si has sido feliz.

A mis 26 años, me he propuesto ser feliz y para ello no tengo otra fórmula que esforzarme en cumplir mis expectativas diarias.

Hoy es un día importante en mi vida, ¿sabéis por qué? Porque es el día que me toca vivir. Tengo grandes esperanzas puestas en el día de hoy. Pretendo hacer mi trabajo lo mejor posible, ir a comer a casa de mis abuelos, nadar un poco y cenar con mi madre antes de ver alguna serie de interés e irme a acostar hasta el día siguiente, que también será un gran día, no sin antes hablar por teléfono con mi novia a la que ya habré llamado otras veces a lo largo del día. Sé que mis aspiraciones para ser feliz son altas, pero creo que puedo acabar el día habiendo sido feliz. Es más, creo que de cumplir con mis aspiraciones nunca habré sido tan feliz como hoy.

¿Qué esperáis vosotros del día de hoy? ¿De qué depende la manera de afrontar vuestras responsabilidades?  O, dicho de otro modo, ¿qué hace que afrontemos los problemas de una manera a los seis años y de otra bien distinta y, si se me permite, infinitamente menos inteligente, a los cuarenta?

Todo se debe a que nuestra “infelicidad” adulta reside en la facilidad para dejarnos arrastrar por los recuerdos del pasado y embriagar por el elixir de un anhelado mejor futuro que nunca ha de llegar.

¿Tan difícil es darse cuenta de que el futuro nunca muere y el pasado nunca va a resucitar?

La felicidad reside en el presente, porque el presente es lo único que existe, lo único que importa y lo único que podemos cambiar. El presente, en consecuencia, es lo único que nos debe preocupar y ocupar.

Ojala fuera depositario del elixir de la felicidad eterna, pero desde luego éste jugo que hoy comparto con vosotros es el que os va a permitir ser felices el día de hoy.

Hoy es el primer día del resto de vuestra vida. Suerte!!

Amistades peligrosas

05 Martes Jun 2012

Posted by Marcos Lletget in Filosofía

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La amistad es una necesidad vital. Es algo que nos diferencia de los animales que, sin embargo, son capaces de amar (posiblemente con origen en el instinto de procreación).

Algo que podría sorprendernos a priori, pero que adquiere todo el sentido si se razona levemente, es que la “amistad” es más necesaria en la riqueza que en la pobreza y, la razón, es que la felicidad solo es tal si es compartida.

Como es lógico, lo anterior no quiere decir que la amistad no resulte de vital importancia cuando el desasosiego o la adversidad salen a nuestro encuentro, sino que, en esos casos, solo contaremos con los limitadísimos amigos de verdad. Si eres pobre, tendrás menos amigos que si eres rico, pero, indudablemente, los del pobre serán mejores amigos que los del rico (es cuestión de cantidad Vs. calidad). La causa la entenderemos seguidamente, pero como podréis imaginar, se debe a lo “poco” que puede aportar el pobre a los innumerables amigos del rico.

Podríamos decir, sin temor a equívoco, que la razón es que existen o, mejor dicho, coexisten, dos tipos de amistad en la vida (salvo en la de aquellos virtuosos que vencen la necesidad de tener amistades interesadas y fundan sus relaciones en el amor verdadero): la que sirve a un interés egoísta y la que no.

Esto no quiere decir que una persona solamente pueda tener amigos de una u otra clase, sino que, muy probablemente, tenga de las dos, indistintamente, si bien, lo que las diferencia es la manera de entender una u otra.

Cuando la amistad sirve a un interés individualizado (la palabra egoísta no es de mi agrado, sobre todo cuando, como veremos, de utilizarse, resultaría de aplicación al común de los mortales, sin excepción aparente), lo que con ella se está fraguando no es más que una falaz relación, mortal de necesidad, que concluirá cuando deje de sernos útil o de proporcionarnos algún beneficio o placer.

Contrariamente a lo que podamos pensar, este sentimiento no nace con la madurez, sino que se manifiesta desde la niñez. Para corroborar esta circunstancia, basta con hacer el ejercicio de echar la vista atrás a nuestros primeros años de colegio y preguntarnos quiénes eran nuestros mejores amigos y por qué razón.

Muy posiblemente compartíamos con ellos un interés mutuo, llámese fútbol, comba o “amor” a las sumas y restas (no hace falta que os diga cuál era mi caso, ni cuántos amigos conservo de aquellos “recreos” de veinte años atrás), si bien, nuestros amigos solían ser los mejores en cada una de dichas disciplinas, por cuanto no era común rodearnos de los peores, salvo que fuéramos tan malos que nos gustase tener a alguien aun peor al lado (ya sabéis, mal de muchos…)

Pasa lo mismo con el amor. A los siete años, el amor empieza y termina en aquella niña de ojos claros, pelo delicadamente peinado y cara angelical que te saluda por las mañanas con una sonrisa al entrar en clase. Miento, no termina en ella, sino que termina cuando empieza el amor por la muñeca de al lado. Cosa distinta es que, mientras nos miraba, pensásemos que queríamos pasar con ella el resto de nuestra vida, sin perjuicio de que el tiempo demostrase que, en todos los casos, ese pensamiento era erróneo y en algunos de ellos, incluso hayamos dado gracias a Dios porque no haya sucedido como deseábamos.

¿Qué buscábamos en ella? Posiblemente que nos alegrase las mañanas con su sonrisa.

¿Cuánto duró ese amor? Seguramente lo que tardamos en encontrar otra sonrisa que nos gustó más.

Vamos creciendo. A los 16 años (o antes), el amor nace y muere en los genitales (ruego se me permita la gráfica expresión que pretende referirse al sentimiento más primario y animal del ser humano). Este idilio también es finito, aunque posiblemente dure más que el que nos produjo en tiempos pasados la sonrisa de nuestra protagonista infantil, si bien, a diferencia del primero, en este caso podíamos disfrutar perfectamente de varios “amores” a la vez.

Con la madurez, el amor de pareja también puede nacer de un deseo sexual, pero si bien no es habitual, desde luego, lo que lo diferencia del amor adolescente es que sus pilares son otros, sus intereses son otros (intereses que con el tiempo, dejan de existir de manera individualizada, pasando a ser intereses comunes, que son la razón por la que perdura el amor).

Ojo, no confundamos los conceptos, no hace falta perder el deseo sexual hacia tu pareja para darte cuenta de que estás en ese estado de amor incondicional.

La palabra incondicional no significa seguir amando cuando las arrugas, la alopecia o la celulitis elefantiásica aparecen en nuestras vidas para cambiarlo todo (o, más bien, nada), sino que el amor torna verdadero cuando va más allá de la física o química, cuando nace de la felicidad que te proporciona ser y estar al lado de esa persona (que no cuerpo). Es más, mientras exista el amor, seguirás sintiendo por tu pareja un desproporcionado y en algunos casos injustificable deseo sexual (salvo que nos alejemos de los parámetros de deseo que ha impuesto la sociedad actual y nos dejemos llevar por el sentido de la belleza de Rubens, por no decir de Botero, en cuyo caso el deseo estaría perfectamente justificado a los ojos de cualquiera).

Lo que hace que perdure el amor son los intereses comunes, el remar ambos en una misma dirección, el tener la firme intención de caminar de la mano por el pedregoso sendero de la vida.

Igual que podemos tener muchos amores interesados simultáneamente y un solo amor verdadero, también ha de ser muy limitado el número de amigos de verdad. No quiere ello decir que solo podamos tener uno, sino que los amigos de verdad los elegimos, no por el deseo de beneficiarnos de ellos, sino por el de compartir con ellos una intención, como es la de haceros mutuamente el bien y compartir sentimientos, vivencias y experiencias.

La gran virtud de los amigos verdaderos es amarse recíprocamente. La gran necesidad, es que exista una relación de semejanza e igualdad entre ellos, ya que de no ser así, pronto despertarán las envidias que abocarán al fracaso la relación.

Por el contrario, la amistad por interés surge, precisamente, para compensarse recíprocamente las carencias, de tal modo que cada uno busca lo que necesita del otro.

Lo que resulta incontestable es que, cuando eliges a tus amigos de verdad y te encuentras en ese estadio de no defender los intereses propios sino los comunes, la consecuencia es que obtendrás un resultado que será de provecho propio. Seamos, por tanto, inteligentes en este aspecto.

Generalmente, las circunstancias de la vida van engrosando incontroladamente nuestra lista de “amigos”, sin embargo, pocas veces dicho aumento exponencial tiene alguna utilidad para nosotros.

En prueba de lo anterior, os propongo un sencillo ejercicio:

Mirad cuántas personas aparecen en vuestra agenda del móvil o cuántos “amigos” tenéis en Facebook.

¿100, 200, 500?

Ahora preguntaos cuánta de esa gente os da exactamente igual, por no necesitar de ellos absolutamente nada y no la borráis de la lista, simplemente, por si acaso…

¿Estamos hablando de 50, 100, 250?

Seguidamente, os invito a que contabilicéis a aquellos que no borráis de vuestra lista porque podéis necesitar algo de ellos ahora o en el futuro. Esto es lo que se conoce como amigos por interés.

Decidme, ¿45, 95, 245?

A estas alturas de la película, ¿Quién os queda en la lista además de vuestros familiares?

Con suerte 5 ¿verdad?

Solo el tiempo y las circunstancias de la vida te hacen saber quiénes son tus amigos de verdad y lo bonito de saber quiénes son tus amigos es que con muy poco margen de error, esa circunstancia también te permitirá saber para quién eres tú un amigo de verdad, cuestión que, a la postre, es la que verdaderamente importa de todo esto.

No os obsesionéis por tener muchos amigos, ni por ser el mejor amigo de docenas de personas.

Como dice el refranero castellano, “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. A lo que yo añadiría, “quien tiene cien, tiene un problema, cual es, que no ha sabido entender lo que es la amistad”

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